DIA 1
Madrugué. Quería darme mi primer baño estival antes del mediodía, así que poco después de las 6 de la mañana ya estaba uniformada en la estación de RENFE. Compré mi billete con el dinero que me dio el Cyber (me lo dio bien justico, con céntimos y to) y a las 7 partia rumbo a las costas levantinas.
El viaje en tren transcurrió con normalidad. Las casi 4 horas que permanecí de pie en el pasillo de uno de los vagones del regional, junto con el traqueteo continuo, sirvieron para fortalecer mis maltrechas articulaciones y asegurar los puntos de sutura de mi reciente operación de cadera.
Bajé en la estación de Balsicas y allí me enteré de que aquello distaba bastante de ser una población costera, pero que Sucina, un pueblo cercano, estaba muy bien comunicado con el litoral.
Empecé a hacer camino con mis andaderas, atenta a los vehículos que pasaban por si alguno me podía llevar. Finalmente fue un amable joven senegales el que se dignó a recogerme del andén con su flamante Orbea Furia de piñón fijo. El trayecto fue entretenido y la conversación fluida pese a que él me hablaba en afrikaans y yo respondía con monosílabos como Gñe? o Ruk?.
Al llegar a Sucina me apeé de la bicicleta y el chico me regaló un par de pimientos pintones que había recogido de un invernadero en una de sus diversas paradas a lo largo del camino.
Encontré sin demasiada dificultad la parada del bus. Allí espere unas tres horas al único autobús diario que se acercaba a la costa. Por desgracia no llevaba ni un mal céntimo (el Cyber me había dicho que no me preocupara por el dinero) y después de mucho negociar, el conductor me dejó pasar a cambio de las andaderas para su suegra, el kit de cubo, pala y rastrillo para su niño, y uno de los pimientos para que su mujer se lo friera con conejo.
Me senté hacia el final del vehículo y ante la difícil perspectiva de poder cenar algo caliente resolví deborar el pimiento que me quedaba bajo la atenta mirada de mi compañera de butaca. Al terminar lamí el papel de magdalena que encontré en el cenicero esquivando con pericia el chicle que llevaba pegado (tengo que terminar las comidas con algo dulce).
Descendí del autocar en la parada Hospital Los Arcos en La Ribera, donde amablemente me trataron de la deshidratación sufrida debido a los 50 minutos que el Sol estuvo cascandome de lleno en la puta cabeza por elegir el lado equivocado en el vehículo, y de los severos síntomas de congelación que se produjeron cuando, tras la tercera lipotimia de una turista belga, el conductor se decidió a enchufar el aire acondicionado.
Salí por la puerta de urgencias 9 horas más tarde totalmente recuperada y con un par de falanges menos en el pie derecho, motivo por el cual me era casi imposible dar más de dos pasos seguidos sin perder una de mis chanclas. Tras pisar mi tercera mierda de perro consecutiva con el pie descalzo (por mucha suerte que de comenzaba a sentirme un tanto incomoda), decidí construirme un patuco casero utilizando un tetrabrick de vino tinto que conseguí virlarle a un mendigo que dormía en un portal.
De esa guisa me encaminé hacia la playa, que se encontraba a escasos metros del hospital, y contemplé ante mis ojos el Mar Menor, y al fondo, iluminada por cientos de lucecitas se dibujaba La Manga. Sin duda el largo viaje había merecido la pena. Me desplomé de rodillas sobre la arena, exhausta, y antes de poder desincustrar de mis carnes el último cachito de vidrio del vaso de tubo sobre el que aterricé ya estaba dormida como un niño de teta.
2 comentarios:
Que grande la sita
Pues yo soy balsiqueño. Menudo rodeo distes, si Balsicas y Santiago de la Ribera están a 15 minutos y bien comunicados por autobús.
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